Si pasea por la calle y oye por casualidad las conversaciones de sus convecinos, se percatará de que en no pocas ocasiones hablan de espectáculos deportivos y, más concretamente, de fútbol. No es que los hombres sean (seamos) monotemáticos, pero si midiésemos la frecuencia con la que hablan de fútbol comprobaríamos que destaca sobremanera del resto de temas.
Si hace lo propio con las conversaciones de sus convecinas, las cosas no están tan definidas. Ellas hablan de multitud de asuntos, pero no hay un tema principal que destaque sobre los demás.
Esto, obviamente, no es el resultado de ningún experimento riguroso, ni siquiera de un muestro aleatorio con sus controles. No tiene valor probatorio alguno. No es más que una impresión, pero una impresión muy marcada.
Esa brecha se percibe con más claridad en los exteriores de los bares al atardecer o ya de noche. Una numerosa parroquia, mayoritariamente masculina, se arracima en la terraza con la mirada fija en la pantalla. No es que no haya mujeres o, más bien, chicas jóvenes. Las hay, pero son muchas menos y en su mayoría no atienden al espectáculo.
Las editoriales, para evaluar el grado de aceptación que tendrá un nuevo título en el mercado, envían sus manuscritos a una muestra de lectoras, porque son mujeres la mayoría de quienes leerán esos libros en caso de que se publiquen. Sin embargo, son más los chicos que juegan en línea o que lo hacen en solitario en sus consolas. No es que no haya chicas que juegan, las hay, pero son menos.
Si usted se anima a ir a ver una obra de teatro, lo normal es que haya más mujeres que hombres en la sala. De la misma forma que en los estadios de fútbol hay más hombres que mujeres.
Hace ya unos pocos años escribí acerca de la existencia de una subcultura masculina y una subcultura femenina, e hice mención a algunas de las aficiones que he citado aquí.
El año pasado por estas fechas se publicó un informe que ponía de relieve la existencia de diferentes niveles de desempeño escolar entre chicos y chicas. Aunque sea algo sobre lo que preferimos pasar como de puntillas, esto no es ninguna novedad.
Ellos obtienen resultados algo mejores en matemáticas, lo que se suele interpretar como una consecuencia de la diferente confianza que tienen chicos y chicas en sus respectivas capacidades. Ellas los obtienen mejores en lectura. No debe extrañarnos, dado que las chicas pasan más tiempo leyendo y los chicos jugando.
Pero si nos fijamos en los resultados académicos globales, ellas obtienen mejores resultados que ellos. Se observa en las tasas de abandono escolar. Un 60% de quienes abandonan de forma temprana los estudios en España son chicos, un 40%, chicas. Ellas dedican más tiempo a estudiar en casa que ellos.
Si se analizasen los resultados de las pruebas de acceso a la universidad se vería que las chicas obtienen resultados claramente mejores que los chicos. Ese es uno de los factores que explica que haya más mujeres en las carreras para las que es necesario obtener una nota alta de acceso, con algunas escasas excepciones en estudios del campo tecnológico.
Como consecuencia de todo esto, se gradúan más chicas y lo hacen con mejores calificaciones. Las mujeres leen más, van más al teatro y a otros espectáculos culturales. Y cada vez escriben y publican más.
La brecha cultural y académica entre chicos y chicas no deja de aumentar. Andando el tiempo, esto tendrá consecuencias en los emparejamientos heterosexuales porque los intereses él y de ella serán cada vez más divergentes. Creo que esto ya ha empezado a ocurrir en algunos países.
Hace años esto no pasaba. Quizás habría podido pasar pero como las carreras académicas de muchas chicas eran truncadas al margen de su voluntad, no llegaba a producirse una brecha como la que acabo de describir. De hecho, la brecha era la contraria.
Mi madre me contaba que su maestra, en la aldea en que nació y vivió durante la mayor parte de su infancia, se ofreció a pagarle de su bolsillo los estudios de magisterio porque, al parecer, reunía condiciones para estudiar. Mi abuelo se negó; adujo que sería injusto, dado que no podría dar estudios a los demás hermanos y hermanas. Eran cinco en total. Sospecho que su respuesta habría sido otra si ella hubiese sido un chico, aunque no lo sé con seguridad. Era la mayor de los cinco, por lo que era uno de los sostenes de la familia: ella también segaba cuando tocaba segar.
El barómetro del CIS nos informó en marzo de que la brecha ideológica entre chicos y chicas se ha agrandado mucho en los últimos años. Antes, hace unas décadas, las chicas tendían a ser algo más conservadoras que los chicos, y todos, en general, algo más de izquierdas que de derechas. En los últimos años ellas se han hecho algo más de izquierdas y ellos, mucho más de derechas.
En las últimas semanas, medios como La Vanguardia, Público y El Confidencial han publicado reportajes sobre este resultado que, por cierto, no es exclusivamente español (creo que el único que puede leerse en abierto es el de Público, y es muy completo). El fenómeno parece tener carácter universal o, al menos, parece estar produciéndose en buen número de países desarrollados. En los reportajes citados se recoge la opinión de personas expertas sobre esos temas. Seguramente aciertan al identificar algunos factores causales.
Pero creo que la brecha ideológica tiene su origen, en el fondo, en una brecha cultural profunda. Una que tiene que ver con la lectura, con el teatro, con el cine, con la escritura, con la música, con los estudios. Y con el fútbol, con los demás deportes, con los videojuegos, con la pornografía. Y seguramente con algunas otras cosas más que no se me ocurren al escribir estas líneas. Me preocupa que esto no esté en el debate público. Me preocupa que ni siquiera se le espere.
Adenda: He publicado en mi blog Conjeturas una versión modificada en algunos aspectos sustanciales de esta anotación.
Me gustaría poder llevarte la contraria muy fuerte, pero veo lo mismo.
El otro día, uno de mis estudiantes (1º de carrera) se jactaba de haber entrado por FP y de no haber estudiado NADA de historia y, por lo tanto, no saber NADA de los prolegómenos de la guerra civil ni de la 2ª República... En fin...
Y qué me dices de la aquí llamada “mesa vasca”?. Cuando salimos con otras parejas y nos sentamos en una mesa, las mujeres van por un lado y los hombres por otro. A mi me revienta pero compruebo una y están mucho más divertidas que nuestra ala donde se habla de fútbol y, en nuestro pequeño universo, de golf.