De mis lecturas y audiciones de podcasts he aprendido que son tres los grupos de interés que apoyaron la candidatura del hombre naranja a la presidencia de los Estados Unidos para este su segundo mandato. Uno es el que representa la figura de Steve Bannon, máximo exponente de un conjunto de personajes de ideología populista y extremo-derechista partidarios de gobiernos a cargo de hombres fuertes. Han actuado a través de blogs y podcasts de gran éxito. Y se han inspirado en (y a la vez apoyado a) mandatarios autócratas o a partidos de extrema derecha. Valgan los siguientes dos ejemplos.
Curtis Yarvin es uno de sus ideólogos; aboga, entre otras cosas, por instaurar una régimen monárquico o semi-monárquico de corte autoritario. Su argumento principal es que las democracias son disfuncionales y limitan la libertad.
Christopher Rufo, hijo de padres comunistas de origen italiano e izquierdista él mismo en su juventud, es hoy adversario del wokismo, de las políticas de diversidad y acción positiva, y de la intelectualidad académica estadounidense. Sostiene que la izquierda norteamericana, académica principalmente, predica políticas que no solo no interesan a las clases más desfavorecidas, sino que van en contra de sus intereses y deseos. Además, ataca con dureza la creciente deriva hacia la izquierda de los departamentos universitarios, sobre todo los de ciencias sociales y humanidades; acusa a esos departamentos de vetar el acceso a los mismos de personas de ideología conservadora.
Han sabido conectar con los norteamericanos que no tienen un título superior (solo el 35% de la población adulta lo tiene), mayoritariamente varones que han sido desplazados de las clases medias. Son recelosos u hostiles a los inmigrantes. Y se sienten abandonados por el Partido Demócrata.
Otro grupo representa el sector más a la derecha del Gran Viejo Partido (GOP, por sus siglas en inglés). El Secretario de Estado Marco Rubio es un claro representante de esa facción. El vicepresidente J. D. Vance, también se podría incluir, aunque quizás se enmarca, en mayor medida, en el grupo anterior. Ambos son católicos, lo que, siendo hasta cierto punto casual, no deja de tener un significado. En su primera elección victoriosa, el hombre naranja contaba con el apoyo de los evangelistas. En estas elecciones, ese apoyo se ha extendido a un grupo influyente de católicos muy conservadores.
Aparte de sus ideas sobre asuntos de carácter social, representan a un amplio sector de población para el que la religión y la creencia en alguno de los credos cristianos es muy importante. Para este sector la religión es la brújula moral, esencial para sus integrantes en un mundo con cuyos valores no se identifican. Son, lógicamente, partidarios de ilegalizar las interrupciones del embarazo, como motivación político-moral más significativa. También desaprueban el matrimonio de personas del mismo sexo. Y se oponen al control de armas de fuego.
El tercer sector y, en cierto modo, más extraño, es el de los señores del aire, los aristócratas supremos de un régimen tecno-feudal que aspira a gobernar Occidente y, quizás, todo el planeta. Su más destacado representante es el magnate de los cohetes Elon Musk. Él es el más genuino representante de ese grupo de empresarios de los sectores tecnológicos en crecimiento desbocado, como Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, y otros.
Se proponen eliminar cuantas barreras legales y administrativas se opongan al despliegue de sus negocios de redes sociales, comercio por internet, inteligencia artificial y demás. De ese modo, además de hacerse mucho más ricos de lo que ya son, podrán ejercer una influencia determinante en el mundo acorde con sus designios.
Musk hace uso de las herramientas a su disposición (red social e IA) para promover sus ideas y a candidatos y partidos de extrema derecha (nazis incluidas) con el propósito de desmontar el estado, desde dentro y desde fuera, de manera que no pueda oponerse a sus designios. Él es el más conspicuo, pero otros le siguen el juego y se valen de su iniciativa.
Los grupos que he definido no son estancos; al contrario, algunos de sus integrantes podrían estar en más de uno de ellos. Pero hay un personaje que los vincula. Se trata del empresario de origen alemán Peter Thiel.
Thiel se enriqueció con la venta de Pay Pal y es uno de los grandes inversores en Facebook y en numerosos otros proyectos de vanguardia. Posee Founders Fond, principal inversor institucional en Space X y en Palantir Technologies. Es uno de los referentes intelectuales de J D Vance y el principal apoyo de Curtis Yarvin, y de unos cuantos activistas de extrema derecha en la blogosfera. Se autodenomina libertario. Sostiene, en sintonía con Yarvin, que la democracia es incompatible con la libertad. Él es el nodo de la triada.
Dentro de la absoluta confusión en que se desenvuelve la administración norteamericana o, más probablemente, la confusión en que me encuentro yo al tratar de dar un sentido a las declaraciones, decisiones y actos de sus máximos responsables, identifico un único patrón. El principal objetivo de quienes rodean al presidente es debilitar el estado hasta dejarlo reducido a su mínima expresión. Excepción hecha de las áreas de la administración que les interesan, cuando el estado es el máximo o único cliente de sus actividades económicas.
En la Argentina ya está en marcha un experimento de política económica con elementos potencialmente explosivos. Lo han empezado a hacer en Estados Unidos. Después –en realidad, ya–, lo están intentando en Europa. En Hungría gobierna la extrema derecha desde hace años; Italia está regida por una coalición de esa tendencia; en Rumanía han ganado la primera vuelta de las elecciones; en Francia y Alemania ya son los primeros o segundos partidos más votados. Participan en el gobierno de Holanda. En España, Vox es el tercer partido más apoyado en las encuestas y en el Parlamento, y gobierna en varias comunidades autónomas.
De no detenerlos, el resto de países de la esfera occidental caerán uno tras otro como piezas de dominó. Tienen recursos económicos prácticamente infinitos y los medios de masas necesarios para manipular con efectividad el imaginario político y social.
Finalmente, cuando solo queden países regidos por líderes autoritarios quizás se enfrenten a China para disputarle la hegemonía, o llegarán a un acuerdo de buena vecindad. Sería grotesco, pero no imposible. Los autoritarismos se justifican mutuamente. El estado en su máxima expresión frente a su ausencia, también en su máxima expresión.
Difícilmente puedo imaginar un escenario más distópico.
Los cuatro elementos a los que me referí en Occidente en crisis –acceso al conocimiento, epistemología sin explicación, nuevos horizontes a la exploración y virtualización monetaria– son parte de las actividades y negocios de los personajes a los que he hecho referencia y de los sectores a los que representan.
La crisis de la moral, a la que también hice referencia en mi anotación anterior, conlleva la ausencia de valores compartidos. Ese es el quinto y explosivo ingrediente de este estado de cosas. Al no compartir fundamentos morales comunes, la convivencia entre personas y entre culturas es mucho más difícil. Además, muchas personas, ante el riesgo de anomia moral buscan en el pasado el sostén que necesitan para dar un sentido a su lugar en la sociedad. La religión se convierte, entonces, en su asidero. De ahí el retorno de las formas de religiosidad más tradicionales y conservadoras.
Pero volvamos, para concluir a los tres grupos de interés. Peter Thiel y sus conmilitones han conseguido aglutinar tres facciones culturalmente diferentes. Pero como dice Ian Buruma en La Vanguardia, «Las conexiones que se establecen entre las distintas causas en las guerras culturales no siempre son lógicas, pero eso no las hace menos poderosas.»
Una pregunta interesante es hasta qué punto estos grupos de interés que describes pueden convivir sin entrar en conflicto y hasta qué punto la economía como gran regulador va a permitir al protomonarca absoluto empujar su agenda. Da qué pensar el hecho de que las “fuerzas democráticas” no puedan o no sepan estar a la altura, quizás porque la tendencia a la autocracia no es exclusiva de la ultraderecha.
La fragilidad de las democracias, sometidas al plebiscito diario que las pone en cuestión… Qué corta es la memoria y qué daño hace olvidar o no querer conocer la historia…