La juventud atracada
Cómo un electorado envejecido cercena el futuro de los jóvenes
El libro cuya reseña sigue a estas primeras líneas está escrito por un economista, José Ignacio Conde-Ruiz, y una estudiante de física, Carlotta Conde Gasca, hija del anterior. En el libro se analizan, a la luz de la ciencia económica, diferentes implicaciones del envejecimiento de la sociedad española y sus consecuencias, sobre todo las relativas al trato que están recibiendo nuestros jóvenes. El título es sobradamente expresivo de su contenido general.
La juventud atracada (Península 2023) tiene interés por sí mismo, por la tesis que defiende; por eso lo he leído y me decidido a escribir esta reseña. Y tiene también otra virtud: a quienes no sabemos casi nada de economía nos puede servir para aprender algunas nociones de esa disciplina, tarea facilitada por el hecho de ser aplicadas al concreto asunto del que trata el libro.
Todos nos hacemos mayores, por supuesto. La alternativa, por otro lado, sería lamentable. Pero que nos hagamos mayores no tendría por qué conllevar que la sociedad en su conjunto se haga mayor, que envejezca. En nuestro caso, sin embargo, no solo envejecemos las personas, la sociedad también lo hace. La razón es que cada vez nacen menos niños y niñas. La natalidad ha caído hasta niveles que desconocíamos. Y, a la par, la longevidad no ha dejado de aumentar. La esperanza de vida es muy alta.
El envejecimiento social tiene causas bien identificadas y tiene, también, consecuencias. Estas se producen en dominios muy diversos de la vida social, económica y política. Unas son evidentes y otras no lo son tanto.
Es evidente, por ejemplo, que una sociedad con muchas personas mayores debe destinar más recursos a la sanidad, porque la gente de más edad gasta, en promedio, bastante más que la más joven. También ha de destinar más recursos a pagar las jubilaciones, porque hay más personas en edad de jubilarse y, como la longevidad es mayor, hay que pagarlas durante más años.
Las cosas no serían iguales si, a la vez que aumenta la longevidad y se jubilan más, también hubiera más nacimientos, pero ocurre lo contrario. Y otro posible contrapeso, el que ejercerían las personas que vienen a nuestro país de otras lugares del mundo, no son suficientes para compensar la mayor longevidad de los naturales.
Entre las consecuencias menos evidentes, el autor y la autora del libro que gloso hoy, destacan el cambio en la demografía política y las consecuencias, también políticas, que se derivan de ese cambio.
La demografía política: en los años ochenta, cuando yo era un joven en la veintena –nací en 1960, soy babyboomer– los mayores de 64 años eran el 16% del electorado, mientras que nosotros, los que teníamos entre 18 y 34 años de edad, representábamos el 35% del censo electoral. Cuarenta años después, los mayores de 64 años son el 25% y los jóvenes de entre 18 y 34, el 21%. Pues bien, conforme hay más votantes viejos y menos jóvenes, los incentivos que actúan sobre quienes legislan y quienes gobiernan se modifican, de manera que se muestran más proclives a beneficiar, con sus medidas, a las personas mayores en perjuicio de las más jóvenes.
Las consecuencias: el beneficio y perjuicio diferenciales para los jóvenes y los mayores se producen, en la práctica, a través de decisiones relativas a la orientación que dan los gobiernos al gasto público. El aumento del gasto que se ha producido a lo largo de los años transcurridos desde los ochenta hasta el presente se ha dirigido a programas como pensiones y sanidad, que son beneficiosos para los mayores. Por el contrario, los que –como educación, I+D o medio ambiente– benefician a los jóvenes, han disminuido, en conjunto, su porcentaje en el gasto total.
En lo que a las pensiones se refiere, las decisiones que se han ido tomando –las reformas sucesivas del sistema de pensiones– han dado lugar a la transferencia de volúmenes crecientes de renta hacia las generaciones de más edad y, de hecho, hay dudas acerca de la sostenibilidad del sistema. Lo que esto significa es que para poder pagarlas, hará falta o bien elevar la presión fiscal o bien aumentar el ya de por sí alto endeudamiento del estado. Lo primero es impopular y es difícil que un gobierno se decida a ponerlo en práctica, porque, a corto plazo, perjudicaría a todos pero, sobre todo, a los pensionistas. Y lo segundo significa que son los actuales jóvenes quienes deberán hacerse cargo de la factura cuando llegue el momento. Las deudas, antes o después, suelen pagarse; de la que estamos generando ahora con nuestras decisiones, se tendrán que hacer cargo quienes nos sucedan. Es parte de una herencia semioculta, de la que pocos se acuerdan.
Si hay algo que, sin duda, beneficia a la juventud es un buen sistema educativo. Al respecto, suele decirse –y seguramente es verdad– que los jóvenes actuales son los mejor formados de la historia. Lo que no se suele decir es que están peor preparados que sus coetáneos de nuestro entorno socioeconómico y los de los países con los que competimos en el concierto internacional. En las evaluaciones internacionales nuestros estudiantes salen peor parados y, con honrosas excepciones, en mayor proporción se quedan sin terminar los estudios obligatorios. España es uno de los estados de la OCDE con mayor proporción de ninis: entre 18 y 24 años, un 20 % de los jóvenes ni estudian ni trabajan, un porcentaje solo inferior al italiano. Lo asombroso es que se han aprobado ocho leyes educativas entre 1980 y 2020, una cada algo más de cinco años, en promedio.
Todo esto se produce en un contexto caracterizado por un relativo estancamiento económico desde la crisis de 2008 hasta hoy. Las generaciones anteriores –la mía en particular– se beneficiaron de crecimientos del producto nacional muy intensos durante las últimas dos décadas del siglo pasado. Ese crecimiento permitió una mejora considerable del nivel de vida. En la actualidad, por circunstancias de todos conocidas, la economía funciona al ralentí, y las condiciones para una reactivación con alcance a medio y largo plazo son más bien oscuras. No es previsible que los jóvenes actuales se beneficien de una bonanza económica como la que disfrutamos los babyboomers.
La situación por la que atraviesan los jóvenes ahora se traduce en dificultades serias para acceder a la vivienda, para tener un trabajo estable y para poder desarrollar una carrera profesional mínimamente satisfactoria. A nadie debería sorprender, por tanto, que las decisiones de maternidad se retrasen o, directamente, se cancelen. Mientras tanto, los de mi generación, gozamos de condiciones de vida mucho mejores que las de nuestros hijos e hijas.
Estos que he tratado de dejar reflejados en las líneas anteriores son los elementos del libro que me han parecido más relevantes. Pero hay más que no he incluido aquí por no alargar en exceso esta reseña. También contiene propuestas –me parece que viables, aunque políticamente difíciles de tomar– para afrontar soluciones de los problemas identificados. Para todo ello, es mejor leer el libro.
Para terminar, me quedo con una de las conclusiones/advertencias de los autores. Cada vez son más los jóvenes que se van a otros países. En ellos encuentran condiciones y oportunidades que no hallan aquí. Es lo que los autores llaman “votar con los pies”.
Ficha:
Título: La juventud atracada–Cómo un electorado envejecido cercena el futuro de los jóvenes
Autores: José Ignacio Conde-Ruiz y Carlotta Conde Gasca
Editado por Península (2023)
Sí, es muy evidente que la proporción de viejos, sobre todo en ciertas ciudades y zonas, es muy alta. De San Sebastián suelo decir que es una ciudad en la que muy pocos de sus habitantes trabajan (lo suelo decir para argumentar que no es lógico que los actos de divulgación empiecen tarde, y que deberían empezar a las 18:00h), así que estoy de acuerdo con lo del chiste. Con quien no estoy de acuerdo es con Luri. No me parece a mí que a los ancianos se les desprecie. En mi opinión, lo que ocurre es que no se les/nos hace el caso que querrían/querríamos que nos hiciesen. Estamos demasiado condicionados por los deseos, intereses y valores de la gente mayor (me incluyo) y creo que lo que necesita nuestra sociedad es que sea la gente de tu generación la que establezca la orientación que dar.
Alguien llamó a este fenómeno "la gerontocracia", creo. No hace falta más que ver la edad de los dirigentes europeos, o los estadounidenses que salen en los últimos años. En la Bella Easo hay chistes que dicen que los mayores de 60 representan el 70% de los votantes, y que así se está convirtiendo en una Ciudad Balneario. Dice Gregorio Luri que viejos los ha habido siempre, pero viejos inútiles solo los hay ahora. "Se les permite ser figuras entrañables, pero no de autoridad". Y según él, el desprecio al anciano es un fenómeno netamente contemporáneo.