Por culpa de una mención de Enric Juliana en una de sus columnas en La Vanguardia llegué a este libro. Su autor, Gabriel Magalhaes, ha pensado mucho sobre los pueblos ibéricos. Es portugués, pero ha vivido desde muy pequeño en diferentes comunidades autónomas españolas y, por lo que he podido comprobar al leerlo, las ha conocido bastante bien. Vivió de pequeño en el País Vasco. Y también ha vivido en Salamanca; curiosamente, lo que dice sobre ambos entornos cuadra muy bien con lo que conozco de ambos espacios humanos.
El libro es un ensayo cuyo punto de partida es que Iberia, los pueblos ibéricos, sufrimos lo que el autor denomina «trauma ibérico», el peso de nuestro pasado. El trauma originario, si hacemos caso al autor, habría sido el que causó la conquista y dominación romana. Ese trauma, lejos de desaparecer con el tiempo, se habría perpetuado, en parte por sucesivos avatares, como la conquista musulmana, el Renacimiento –por haber recuperado a los clásicos griegos y latinos, y recordar así el primer episodio traumático–, la invasión napoleónica y, a partir de entonces, los enfrentamientos entre las diferentes familias ideológicas e identidades.
Refiriéndose específicamente a los pueblos españoles, Magalhaes aboga por una reforma de la Constitución, porque el texto vigente es muy antiguo –hace un análisis comparativo de otras constituciones– y necesita una actualización que permita una mejor convivencia entre la diferentes identidades –el autor no tiene ningún reparo en utilizar el término naciones– que conviven (¿conviven? ¿o se limitan a coexistir?) dentro del estado.
Conoce muy bien Cataluña y el procés. Cree que las tensiones que se han vivido durante estos años podrían aliviarse y articular unas relaciones con el resto del estado que facilitasen la convivencia, también dentro de Cataluña entre las personas que desean la independencia y las que no. Obviamente, nada de lo que propone es posible si los partidos mayoritarios siguen manteniendo las posturas actuales. Pero cree inevitable que los países occidentales, España entre ellos, se adapten a realidades multiculturales, tanto por la diversidad preexistente como por la que se produce como consecuencia de los grandes flujos migratorios provenientes de otros países.
En el caso de Portugal cree que ha de liberarse de las limitaciones que impiden a este país explotar todo su potencial para que su economía crezca y sea más competitivo y rico que en la actualidad. También piensa que es necesario que se atenúe el gran peso que tiene Lisboa en el país y, en general, también la administración del estado.
No le parece buena idea promover un iberismo –como en otras ocasiones se ha hecho– entendido como la unión de los dos estados actuales. A mí me ha quedado claro que los portugueses nunca aceptarían una situación así, aunque en el pasado ha habido, al parecer alguna propuesta en ese sentido.
Sin embargo, la pertenencia de ambos a la Unión Europea –España y Portugal accedieron a la UE de forma conjunta el 1 de enero de 1986– la considera como un hito histórico y una oportunidad extraordinaria para que entre ambos se produzca una colaboración mucho más intensa y fructífera.
Lo cierto es que la idea de la que parte el autor, la del trauma ibérico, no me parece particularmente convincente, al menos si se retrotrae al tiempo de la dominación romana. Pero dejando al margen ese aspecto, que no me parece clave aunque sea el punto de partida del ensayo, creo que El país que nunca existió es una trabajo valioso. A quien interese la relación entre los dos países y una visión a largo plazo –hacia el pasado y también hacia el futuro– de las naciones ibéricas, este libro le interesará.
No estoy en condiciones de opinar acerca de Portugal, pero lo que elabora acerca de España y sus comunidades autónomas merece ser leído. Aporta algo para mí muy valioso, que es una mirada (hasta cierto punto) desde el exterior, y sobre todo y por eso mismo, desprejuiciada.
Título: El país que nunca existió. Pasado, presente y futuro de la península ibérica
Autor: Gabriel Magalhaes
Editorial: Elba (2023)