El anciano que murió haciendo el amor con un fantasma
Y otras historias sobre lo paranormal
La Real Academia Española recoge tres acepciones para la palabra fascinar. Aunque son netamente diferentes, las dos primeras se ajustan muy bien al efecto que producen en nosotros los misterios. Nos ofuscan, alucinan, engañan, pero, también, nos atraen, encantan, seducen, cautivan.
La fascinación que nos producen explica, por ello, que haya personas que reaccionen a los misterios tratando de desvelarlos, esto es, de retirar el velo metafórico que los oculta de nuestra comprensión. Esto es lo que hace la chiquilla que desmonta el juguete que emite sonidos humanos, con la intención de conocer el origen de esos sonidos. Y es lo que hacemos quienes investigamos o hemos investigado en un laboratorio tratando de desentrañar los mecanismos implicados en el funcionamiento de un ser vivo o quienes analizan los registros de una parroquia tratando de perfilar la evolución demográfica de su comarca en el pasado.
El misterio es uno de los motores de la curiosidad humana, del afán por conocer la realidad.
Pero también nos puede ofuscar. Cuando nos enfrentamos a un misterio es posible que la seducción que causa nuble nuestra capacidad para discernir y caigamos presa de las supercherías más absurdas. Por esa misma razón, no es difícil que los misterios sean utilizados de forma artera por quienes encuentran la forma de beneficiarse de ese ofuscamiento.
A Luis Alfonso Gámez le fascinan los misterios, así ha sido desde que era muy joven y así sigue siendo hoy. Además, se combinan en él una formación superior en historia y periodismo con una prolongada trayectoria profesional en prensa escrita. Ha sido durante años redactor de El Correo, y en gran parte de su ejecutoria profesional se ha ocupado, en especial, de la información científica. A nadie debe extrañar, por tanto, que haya dedicado parte de su ocio a la investigación de fenómenos misteriosos, a desvelar –él también– la naturaleza de esos ‘misterios’, a escribir sobre ellos en Magonia, y a denunciar, desde el Círculo Escéptico, las supercherías en las que algunos tratan de envolver la explicación de misterios supuestos o reales.
‘El anciano que murió haciendo el amor con un fantasma’ recopila una colección de historias con dos denominadores comunes: el misterio y la fascinación –entendida esta en su segunda acepción, el engaño, la ofuscación, la alucinación– que causa a muchas personas. Un tercer elemento, el interés en engañar a sus congéneres, no es común a todas las historias, pero es la motivación que impulsa a muchos de quienes han hecho de ellos un medio de vida.
Los ovnis, la Atlántida, el espiritismo, dioses extraterrestres, conspiraciones y otros supuestos misterios pasan por las páginas del libro y son diseccionados por su autor con inteligencia y un sutil sentido del humor. Todas las historias están debidamente documentadas y los episodios o casos que cuentan abarcan, en conjunto, desde mediados del siglo XIX hasta el presente. El libro está –como no podía ser de otro modo– muy bien escrito y su lectura es amena y, por momentos, divertida.
Las historias que narra Luis Alfonso no deben tomarse como meras anécdotas. Revelan debilidades humanas de cuya existencia hemos de ser conscientes y ante las que conviene mantener una actitud vigilante. Nadie es inmune a la credulidad injustificada. Todos podemos ser víctimas de la versión engañosa de la fascinación. Sobre nosotros no solo incide el atractivo del misterio; en ocasiones deseamos fervientemente creer lo que se nos presenta como extraordinario. Y nos afectan todo tipo de sesgos; nadie está exento de ellos.
Tomemos, a modo de ejemplo, una de las historias. En ‘El noble español con visión de rayos X’ leemos con asombro que personalidades de la talla del ingeniero Leonardo Torres Quevedo, del físico Blas Cabrera, o del escritor Ramón María del Valle Inclán salieron en defensa de Joaquín María Argamasilla de la Cerda y Elio, undécimo marqués de Santacara, quien pretendía tener visión de rayos X. En estos asuntos los magos profesionales llevan ventaja, porque dominan los trucos del ilusionismo: el gran Harry Houdini desenmascaró al marqués en Nueva York. Pero también Juan Negrín, el médico y fisiólogo que llegó a ser presidente de la República, y el escritor Luis Araquistáin se dieron cuenta de las trampas que Houdini le vio hacer.
Soy de la opinión de que no se debe dramatizar con la incidencia que sobre algunas personas tienen engañifas, trolas y patrañas como las que repasa Luis Alfonso en su libro. No es posible conducirse con total y absoluta racionalidad en todas las esferas de la vida. Y cuando alguien se siente mejor creyendo en alguno de estos bulos, prefiero que cada cual gestione sus creencias como le parezca o pueda, siempre y cuando esas creencias no desemboquen en daños a otras personas.
Pero a lo dicho hay de hacer excepciones. Porque no debe minusvalorarse el impacto social que tienen la credulidad y la extensión de patrañas. Sospecho –aunque esto no es, por supuesto, ninguna ley ni regla general– que es más fácil creer en una superchería cuando se cree en otras. La credulidad puede ser específica, dependiendo de las circunstancias, pero creo que la especificidad no es la norma y que, por ejemplo, quienes creen en ovnis es más fácil que crean en fantasmas. Y, por lo mismo, pueden creer en peligrosas terapias ‘alternativas’ o que las radiaciones de telefonía móvil son dañinas.
Es perjudicial que se extiendan bulos y falsas creencias en la sociedad. Los relacionados con la salud, en especial, pueden ser muy perjudiciales; aunque hay decenas de ejemplos, las actitudes en contra de las vacunas se han demostrado particularmente nocivas. Por otro lado, cuando se prescinde de las precauciones intelectuales que nos permiten limitar la susceptibilidad frente a posturas irracionales o a bulos anticientíficos, creo que es más fácil hacer lo propio también cuando esas posturas y bulos se refieren a materias de orden político. En este caso, el funcionamiento de la sociedad y la misma democracia se resienten, porque el ejercicio de una ciudadanía verdaderamente democrática exige contar con criterio bien formado, lo más ajeno posible a supercherías.
El pensamiento crítico debería ser un ingrediente básico de nuestro bagaje intelectual. Cuando hablo de pensamiento crítico no aludo a esas actitudes que consisten en criticar lo que dicen o hacen otros y, en especial, lo que dicen o hacen los adversarios políticos o quienes ostentan el poder. Eso puede obedecer a pensamiento crítico genuino, sí, pero también puede tener su origen en el puro sectarismo, sin matices. Con pensamiento crítico me refiero a otra cosa: nombro una forma de pensar que nos lleva a demandar las pruebas o las fuentes que avalan lo que se predica. Y, si es posible, a someterlo a contraste.
El pensamiento crítico nos ayuda a tomar mejores decisiones y facilita nuestras vidas. Desde el criterio que nos ilumina al adquirir este yogur y no aquel otro, hasta el que nos debe asistir a la hora de votar a esta o aquella opción política, el espectro de decisiones que se encuentra entre esos dos ejemplos extremos (por sus trascendencias dispares), se puede ver muy afectado por el análisis crítico de la información de que disponemos. Por esa razón es necesario cultivarlo y promoverlo. Para ello, pocas cosas se me ocurren más útiles que mostrar a la gente, a la mayor cantidad de personas posible, de qué naturaleza son y cómo operan los bulos, las conspiranoias, las posverdades, y sus fabricantes.
Conociendo esa faceta de la naturaleza humana quizás contemos con más y mejores defensas frente a ellos. Eso es lo que hace este libro y por eso me parece que obras como esta son muy útiles.
Título: El anciano que murió haciendo el amor con un fantasma. Y otras historias sobre lo paranormal
Author: Luis Alfonso Gámez
Ed. por menoscuarto, 2024.
A pesar de que el pensamiento crítico presume de tener uno de los repartos más equitativos - todo el mundo cree tener suficiente - qué necesario fomentarlo y ejercerlo. Aunque se ha vuelto un lugar común, nos hace mucha falta como individuos y como sociedad. Sólo así podremos desvelar - así nombran los griegos a la verdad, lo des-velado, alétheia - los engaños que nos dañan y nos confunden.
Gracias por la publicación.